MANIFIESTO

La boya que ahora lanzamos al mar es la mensajera de un momento de la conciencia. Su viaje comienza en el brevísimo verano de una línea arbitraria, trazada por la geografía, la historia y la política. Oriente, Occidente, Sur y Norte no importan: la conciencia asume la libertad de enfrentar corrientes, tormentas, noches glaciales, días soleados; juega con las focas y las ballenas; se mantiene tranquila en días nublados. La incertidumbre pierde el sentido del miedo porque la falta de rumbo es el signo de su libertad de transgredir fronteras, ayeres, mañanas; pasaportes, visas y exilios. La boya es una libertad sin raíces, entregada sin reservas a la soledad de las corrientes en que va iluminando un camino que, después de ser recorrido, desaparece sin mayor trámite. Esta boya es emisaria de nuestra idea del arte. El arte no tiene apegos; no pide permisos; no tiene certezas y busca, por el contrario, permitir que sea la suerte quien lo guíe. No busca luz, porque la luz emana de él.

Hay quienes temen los rumbos inciertos. No esta boya. No este momento de la conciencia en que nos sentimos pasajeros de nuestro propio navío que es el cuerpo, con su luz, sin miedo a la soledad ni a la transgresión. La vida avanza, como la boya, y ya no importa mucho a dónde irá... o si las olas terminarán por lanzarla en alguna playa abarrotada, o por ensartarla en el ancla de un viejo barco abandonado. Quizá este evento ponga fin a su incertidumbre, pero también a su libertad de flotar y explorar.

Esta boya no desprecia el sentido que otros viajeros quieran imponer a sus rumbos. Sin embargo, ella celebra el desapego, la liberación del ansia por carecer de un “gran objetivo”, de una meta final. Cuando la boya se lance ya no habrá calendarios: sólo luz emanando en la soledad gozosa de quien transgrede fronteras y hace de esta transgresión la brújula que la guía en su periplo.

La boya es la posibilidad de extender el cuerpo hacia las fronteras que no podemos cruzar: las habilidades físicas, la política, el dinero... la boya es ese mensajero del alma de los viajeros que saben que las fronteras del espíritu sólo están donde las imaginamos... aunque las tangibles, esas sí, nos tocan la piel y hasta nos la perforan si las transgredimos. Hasta aquí la materia humana, sí, pero no la conciencia, ni el espíritu que la anima. Hasta aquí el límite corporal, pero bajo protesta.

Yolanda Muñoz